viernes, 7 de diciembre de 2007

¡Ya es Navidad otra vez!

Cada año lo entiendo menos, quizás me esté haciendo mayor y la niña que queda dentro de mí, va desapareciendo sin poder evitarlo, pero la Navidad, para mí, ya no es lo que era, y me da mucha pena reconocerlo.

Estas fechas se han convertido en un absurdo que no soy capaz de explicarme, y hay tantas situaciones incomprensibles que mi cabeza no para de darle vueltas sin parar. Para empezar, en una sociedad cada vez más agnóstica, ¿qué sentido tiene que todos celebremos la Navidad? Creo que la gente tendría que ser fiel a sus principios, y si no tienen nada que celebrar en estas fechas, agarrarse a sus convicciones y no caer en el embrujo de estas fechas, porque no olvidemos que la Navidad es un fiesta religiosa...pero claro, son días de vacaciones, entonces ¡Feliz Navidad para todos a diestro y siniestro!

Luchamos contra la obesidad infantil, pero en estas fechas abundan los dulces por todos los rincones de la ciudad…y ya no importa que el niño se coma un polvorón detrás de otro, siempre que deje de comer los bollos industriales en la merienda, por supuesto.

El cambio climático está en boca de todos, y no hace mucho, el apagón generalizado de muchos monumentos de nuestras ciudades durante un minuto, supusieron un ahorro considerable de energía, que viene a demostrar que si queremos, podemos contribuir a cuidar nuestro planeta, pero en estas fechas de buenos deseos hay que demostrar que no importa un gasto desmesurado de luz cuando lo que se trata es de adornar nuestras casas, las ciudades, pueblos y centros comerciales. ¿Dónde quedará el ahorro de un minuto de oscuridad al lado de este despilfarro de energía durante más de un mes?

El año nuevo nos trae nuevos y típicos propósitos: adelgazar, ahorrar, dejar de fumar…pero nunca nos proponemos ahorrar energía, utilizar más el transporte público, comenzar a reciclar…y es una buena época, porque la cantidad de envoltorios que se generan en cada casa es considerable.

La cena de empresa es ese momento en el que nos vemos con los compañeros detrás de una mesa que no es la de la oficina, y unas veces nos agrada, pero otras resulta un suplicio asistir a lo que, en principio, tendría que ser un momento feliz. Luego vienen las cenas con unos amigos y con otros, y da pena cuando terminamos “cansados” de tantas cenas y comidas, cuando en las afueras de nuestra propia ciudad, hay gente cansada de no comer nada un día detrás de otro.

La cesta de Navidad es de las cosas que peor llevo: se supone que si te dan una cesta de Navidad, es porque tienes la suerte, hoy día, de estar trabajando, y de estar ganando un dinero, que aunque sea poco, seguro que da para comprar una barra de turrón y una botella de champagne. ¿Por qué no invertir ese dinero en la gente que de verdad lo necesita? Sobre todo cuando la mayoría de los componentes de dicha cesta no suelen de ser del todo de nuestro agrado, y muchos terminan almacenados en las estanterías de nuestras cocinas, incluso llegan a caducar sin abrirlos nunca.

Regalar y regalar, pero siempre a los nuestros. Hoy día todos los días nos regalamos algo, ya seamos mayores o pequeños, ¿qué sentido tiene seguir regalando por la obligación que dicta una fecha señalada?

Es un tiempo de estar felices y contentos, pero el mal humor abunda por todos los lugares, ya sea por los atascos de tráfico, por la cantidad de gente que nos amontonamos en las tiendas, porque no encontramos el regalo que queríamos, porque tenemos que cenar con la familia política….y también la tristeza protagoniza estas fiestas, debido al recuerdo de todos los que no pueden acompañarnos porque ya no están con nosotros.

Podría seguir relatando muchos más motivos que hacen que la Navidad ya no sea lo que era antes, por lo menos para mí, que se resumía a reunirme con mi familia y a esperar a los Reyes Magos que me traerían, como mucho, tres cositas (en total). Recuerdo tocar la pandereta con mi hermana y mis primas, alrededor de un Nacimiento gigante, adornado con el espumillón de toda la vida plateado y dorado, y un ambiente familiar cálido y tranquilo que hoy día me llena de nostalgia, y que me hace conreir. Se respiraba un ambiente que no he vuelto a vivir, pero por lo menos me queda el consuelo de haberlo vivido alguna vez.

¡Feliz Navidad y feliz año 2.008!

2 comentarios:

m. dijo...

Vaya, acabo de llegar aquí por casualidad y me ha sorprendido gratamente este post porque los últimos años también noto que ha desaparecido ese espíritu navideño que de pequeña ansiaba tanto. Tienes mucha razón en todo lo que dices, todas las razones por las que la Navidad ya no es lo mismo.
Gracias supongo, porque sé que hay alguien que siente como yo.
:***

Iván dijo...

Donde quedaron aquellas navidades... Leí hace poco una cita, no recuerdo de quién, que decía que lo más triste de la Navidad era levantarte por la mañana y darte cuenta de que ya no eras un niño. Y en eso se podría resumir todo. Lo veíamos todo con ojos tan inocentes que todo lo que ahora nos importa en aquella época solo eran cantinelas de los mayores. Y ha llegado el momento de entonar esa cantinela. Y casi se ha convertido en un requiem... Bueno. Quizá no tan exagerado.
Feliz Navidad!! O lo que sea que celebremos,
Un beso!